miércoles, 21 de enero de 2009

JUNOT DIAZ EN: ‘La breve y maravillosa vida de Oscar Wao’

Me esfuerzo hasta lo imposible en dejar de lado los prejuicios, sin embargo en ocasiones, y sin que esto me justifique, como a todo ente social me ganan la partida. Cuando vi el boom del libro del ‘yorker’, que había ganado el premio Pulitzer de literatura, fue el acabose, y aparte de que no creí que valiera la pena leerlo, el premio perdió toda credibilidad ante mis ojos. No obstante, todo esto no pudo contra mi reconocida conducta de hamster literario así que tan pronto hallé quien sí había invertido en el producto nacional, me dediqué a hurgar lo que justificó el galardón recibido…y el asombro se ha tomado su tiempo.

Este escritor estadounidense o dominicano no residente, cae por este litigio de nacionalidad en categoría de mutante, y no importa qué lo haya hecho alcanzar la fama, nos mataríamos con cualquier potencia por llenar nuestra boca de orgullosa e indefinible dominicanidad. Claro, que siendo el caso del autor, sería prudente discutir si calificar esta disputa de fukú o fortuna para él; y a mi criterio, más bien lo considero fukú, pues no olvidemos que es propio del mismo enaltecer a aquel que ha logrado escapar de sus garras y ha vencido el eterno miedo a la maldición que irremediablemente arrastramos por nuestras raíces familiares, y del que llegamos a sentir que no hay fuerza universal que nos desligue; para sus ‘homólogos fukusianos’ Díaz ha tenido la fortuna de vencer la carrera perenne contra el fracaso y anonimato en nada más y nada menos que una rama del saber en el que somos prácticamente nulos.

Sin lugar a dudas, Díaz hace gala de su fukú-fortuna, y logra manejar el lenguaje soez con naturalidad no vulgar, descubriendo al resto del mundo nuestra faceta romántica tan particular, práctica, colorida y natural que ha conquistado al mundo. Y a sabiendas de lo absurdo que sería escribir una historia donde se bailan par de sones en Santo Domingo, y no tender a la mesa los temas que mejor nos definen costumbrista, social e históricamente, Díaz no se eximió sobre el autoexilio dominicano y su efecto yo-yo (‘cada verano SD pone el motor de la Diáspora en reversa y hala a todos los hijos expelidos que puede….como si alguien hubiera dado la orden general de evacuación al revés’); y la Era de Trujillo, donde sí duele admitir que no encontró Díaz una nueva manera de contar el periodo histórico sin dejar el mal sabor de la no necesaria vejación irascible de un pueblo apacible.

E insisto, la forma sigue reinando ante el fondo, no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta; y en esto consiste su grandeza y aporte literario, sino díganme si alguien había usado términos como (nótese la diferencia entre el término utilizado por Díaz y a lo que estamos acostumbrados a leer, para que evidencie el contraste): maneras nerdosas (refiriéndose al comportamiento nerd), culocracia (se trata del tipo de gobierno centrado en la cantidad de féminas ultrajadas y que pasaban a ser de su absoluta pertenencia), No-toto-itis (dícese de la carencia de relaciones sexuales en la entera existencia), pro-toto (actividades en pro de la búsqueda incansable cualitativa y cuantitativamente para poseer órganos sexuales femeninos, no mujeres ), chochacoholicos (enfermedad adictiva cuyo objeto de afecto es únicamente el órgano sexual femenino).

El dar vida a la cotidianidad es parte de lo que caracteriza a todo buen escritor, pero crear un lenguaje totalmente nuevo producto del híbrido de dos culturas sin que ninguna salga atropellada, aderezada con la ficción de Marvel, y dejando a su paso varias lecciones de diferentes bemoles, es odisea que merece el reconocimiento recibido. Esperemos recibir en no mucho tiempo una nueva obra de Junot Díaz, porque como él mismo cita '…al final nada termina, nada nunca termina…’

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